El viaje no se nos ha hecho tan pesado como pensábamos. Varias películas y alguna que otra cabezadita después, ¡se nos han pasado las 7+7 horas volando!
Una pasada el aeropuerto de Doha con su precioso invernadero, sus salas para rezar, sus zonas de descanso y sus múltiples tiendas de lujo. Eso sí, ninguna tienda de toda la vida para comprar revistas o chicles. Cuestión de prioridades.
Ver amanecer desde el cielo ha sido todo un espectáculo. En 10 minutos hemos cambiado de un huso horario al otro, perdiendo 4 horas de un golpe entre Doha y Bangkok.
Apenas aterrizamos en BKK a las 6:30 a.m. tras 24h de viaje, nos recibe una guía tailandesa de habla hispana particularmente sosa y arisca, que nos lleva al hotel y nos da 40 minutos para ducharnos y cambiarnos de ropa. Salimos pitando para encadenar templo tras templo, comenzando por el Palacio Real y templo de Wat Phra Kaew, a cual más bonito e impresionante, recargados de oro, mosaicos de cristales y espejos que brillan bajo el sol candente.
Los templos están repletos de criaturas mitológicas, mitad humanos mitad animales.
El templo Wat Phra Kaew está inspirado en el poema Ramakien, según el cual el príncipe Rama pidió ayuda a los monos para luchar contra los demonios que habían secuestrado a su amada. De ahí la decoración de diablos, monos y criaturas mitológicas por todo el recinto.
Descálzate y vuélvete a calzar 7 veces, trágate de un tirón la enésima botella de agua mineral que te dan gratis cada 10 min, aguanta los 35 grados con vaqueros...
... lucha contra el sueño en el paseo por lancha motora que nos lleva por los Khlong, los canales de BKK. Con cientos de calles líquidas, la ciudad fue denominada la Venecia del Este. Un paseo espectacular, muy de película, con casas flotando, desde mansiones modernas de lujo hasta casuchas de lo más humilde y zarrapastroso.
Finalmente, último templo tras la pausa de la comida (muy necesaria dado que no habíamos desayunado y llevábamos desde las 10h caminando bajo el sol y agotados), el templo del anochecer o Wat Arun. Vemos al fin al Buda reclinado, que mide 46 metros de largo, siendo el 3o más largo del mundo.
Templo del Anochecer - Wat Arun
BKK tiene el encanto de una ciudad desvencijada en plena jungla, no es tan caótica como nos han pintado y tampoco nos ha parecido excesivo el gentío en los monumentos históricos. Con ganas de ver la ciudad de noche y sin guía, nos damos un merecido respiro en el hotel mientras comienza a llover en la ciudad.
Para terminar, cenamos en un "restaurante", si es que no es la casa de unos locales que imprimieron un menú, donde la comida estuvo riquísima y la dueña muy acogedora. Empezamos a pensar que quizás no todos los tailandeses sean ariscos, pero seguimos con dudas.
Última parada antes del sobre, puesta de sol y cócteles en el ático de nuestro hotel. Una pasada de vistas y la mejor manera de terminar la intensa jornada.